Nacionalismos
El nacionalismo renqueante
Ya pasó el tiempo en que los dirigentes cubanos, con Fidel Castro a la
cabeza, enarbolaban un nacionalismo de pasarelas
Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 04/06/2012 9:53 am
La actual élite política cubana —esa mezcla imperfecta de militares,
tecnócratas y burócratas rentistas— está echando mano a cuanto recurso
ideológico o emotivo le pase cerca para legitimar su propia estancia en
el poder. Pero realmente no hay muchos recursos disponibles.
Ya casi nadie habla en Cuba de socialismo, de un mundo superior o de las
leyes de la historia soplando por la popa, argumentos medulares en
aquella época en que había más banderas soviéticas en la bahía de la
Habana que en la Plaza Roja. Y aunque los tecnócratas tratan de
presentar sus argumentos eficientistas sobre perdedores y ganadores
—música celestial para las agencias internacionales y los corrillos
universitarios liberales— son muy poco creíbles en contextos de
estancamiento económico y pobreza generalizada. Contextos en que los
perdedores son demasiados y los ganadores un puñadito de origen muy dudoso.
En consecuencia, a los partisanos del General/Presidente solo les queda
un argumento: el nacionalismo. Pero un nacionalismo que se mueve con
muchas dificultades, como renqueando.
Ya pasó el tiempo en que los dirigentes cubanos, con Fidel Castro a la
cabeza, enarbolaban un nacionalismo de pasarelas, en que la supuesta
lucha por la soberanía era dibujada como parte de la conquista de un
mundo superior. Era un nacionalismo holocáustico, belicoso y
militarista, que no pedía a un líder que sugiriera, sino a un comandante
que ordenara. No cultivaba la patria para la vida, sino que la cambiaba
por la muerte. En nombre del antiplattismo, no escatimaba maniobras
antinacionales. Pero era un nacionalismo que se veía a sí mismo
conquistando el futuro. Un nacionalismo efervescente que cautivaba la
imaginación de muchas personas de todas las generaciones. Era, en última
instancia, un nacionalismo apoyado en una alianza con una superpotencia
y que apelaba y concitaba el apoyo de una parte muy alta de la población.
El nacionalismo de los últimos tiempos, en cambio, es terriblemente
opaco y poco elegante, como la claque octogenaria que controla los
resortes del poder. Es un fetiche descolorido, un espantajo de últimas
trincheras. Es un recurso desesperado para seguir cubriendo con un manto
seudo-patriótico los ríspidos problemas reales de la nación cubana. No
ofrece nada superior. Es la expresión política de un proyecto muy
imperfecto de país que se quiere ventilar mediante la alianza del sector
tecnocrático/militar hegemónico con actores advenedizos tales como la
jerarquía católica, la estrecha franja de "ganadores" del ajuste, los
intelectuales subsidiarios y los sectores emigrados proclives a un
entendimiento casi sin condiciones con el Gobierno cubano.
Nunca, como ahora, el nacionalismo postrevolucionario ha sido una
invitación al autismo, entre otras razones porque opera sobre un
concepto viejo de nación que se difumina. Pues la nación a que alude el
nacionalismo oficialista cubano es el de la nación única e indivisible,
insular e insularista, centralizada, con un apéndice externo emigrado
que sirve para enviar remesas, pagar servicios y al que se puede
manipular políticamente. Y esa nación ya está desapareciendo.
En primer lugar porque el signo de los tiempos es transnacionalista.
Pensar la sociedad cubana desde el insularismo es tan ineficiente como
creer que todos los problemas que nos atañen pueden resolverse con
nuestras claves. La sociedad cubana hoy es una sociedad transnacional.
Cerca de un 20 % de su población —una proporción aún mayor de sus
jóvenes y de sus profesionales— viven en otros países, mayoritariamente
en dos exmetrópolis: España y Estados Unidos. De estas personas depende
el sostenimiento de millones de familias en Cuba, y una parte muy
importante de los ingresos fiscales que el Gobierno percibe a través de
la práctica parasitaria de hacerles pagar a precio de oro cada contacto
que tienen con la Isla.
Querer administrar esta diversidad con mezquinas reuniones del Gobierno
con sectores adeptos de la emigración, y llamarle a eso la nación y la
emigración, es antinacional y tremendamente inmoral. Pretender montar
una tramoya nacionalista sin tener en cuenta toda la riqueza de
oportunidades que guarda la comunidad emigrada es simplemente una
torpeza. Una más entre las tantas a que nos tiene acostumbrado la clase
política cubana.
El segundo problema que carcome las bases del adefesio nacionalista es
que está ocurriendo una fragmentación del espacio nacional al calor de
las diferentes intensidades de exposición de los espacios regionales a
la economía global. La idea de Cuba se mueve, errática, entre la costa
norte Habana/Matanzas mirando al sur de la Florida —con sus remesas,
campos de golf, marinas e inversiones brasileñas— y la costa sur de
Oriente en proceso de haitianización. Ambas partes son Cuba y la habitan
cubanos, pero evidentemente de diferentes maneras, todo lo cual nos
obliga a pensar que la consigna sobre el orgullo de "ser cubanos" tiene
lecturas muy diversas según el lugar donde la gente nace.
No hay signos positivos que indiquen una voluntad para afrontar la
inequidad territorial con políticas descentralizadoras y de
asignaciones. Al contrario, la clase política cubana persiste en limitar
legalmente la movilidad horizontal y en hundir a los contingentes de
migrantes internos en situaciones de ilegalidad y subciudadanía en su
misma nación. Es un abuso antinacional que solo es posible en un país
donde no existe opinión ni debates públicos.
El nuevo nacionalismo no solo es autoritario, sino también conservador.
No hay en él nada de innovación aunque se levante sobre las cenizas
dispersas de una revolución que murió hace mucho tiempo. Y su sello
conservador se acentuará en la misma medida en que avance el pacto
político con la cúpula de la única otra institución centralizada (y
ciertamente nacionalista a su manera) que existe en la Isla: la Iglesia
católica.
Y de la convergencia de jerarcas militares y eclesiásticos emerge la
imagen intensamente revalidada de la Virgen Mambisa, bajo cuya "dulce
mirada" dejó Benedicto la solución de los problemas nacionales. Una
revalidación tan intensa que ha logrado conmover las fibras místicas más
profundas de toda la prensa nacional, incluyendo al infecundo periódico
Granma.
En resumen, la sociedad cubana está expuesta a un nacionalismo
autoritario y conservador en función de la reproducción del poder de los
militares, los tecnócratas y del Clan Castro. Un nacionalismo que coloca
a toda la sociedad al servicio de la restauración capitalista en
beneficio de la élite tecnocrática/militar. Un inmenso peligro que
conspira contra nuestras aspiraciones democráticas y contra nuestra
historia de laicidad. Un obstáculo más que habrá que vencer para avanzar
hacia una nueva propuesta de nación —democrática, justa y laica— que nos
pertenece a todos y todas. Insulares y emigrados.
http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/el-nacionalismo-renqueante-277347
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