Los malos duermen bien
(www.miscelaneasdecuba.net).- Después de conocer como viven numerosos
victimarios y los privilegios que disfrutan a pesar de sus
depredaciones, a los cínicos nos les es difícil arribar a la conclusión
de que los malos duermen bien y que el crimen paga con los mejores
intereses del mercado.
Desde hace muchos meses se ha podido apreciar, gracias a la libertad de
prensa y el talento de algunos periodistas y productores, de los
privilegios que disfrutaron y que disfrutan, a pesar del cambio de dueño
y escenario, muchos de los muchísimos cancerberos que ha tenido el
infierno cubano.
Los hay de toda laya. Militares, ex oficiales de los servicios de
inteligencia y seguridad, funcionarios, profesionales de todas las
ramas, intelectuales, cortesanas, en fin, un muestrario de todos los
tipos de individuos que han servido al totalitarismo por décadas.
Estos personajes reniegan de sus compromisos pero pocas veces repudian
su pasado. Justifican sus actos más macabros con el argumento de que
defendían un ideal, pero casi nunca tienen argumentos para sostener en
un debate las razones que le asistían para sus abusos. Admiten con una
desfachatez inaudita que conocían los más oscuros actos del sistema pero
que no podían hacer nada para cambiarlo, porque para sobrevivir se
tenían que convertir en victimarios.
Salvo contadas excepciones un denominador común les identifica: están
orgullosos de los roles protagónicos que interpretaron sin detenerse a
pensar en las penas, injusticias y víctimas que sus acciones directa o
indirectamente causaron.
Cuando describen sus aventuras lo hacen con jactancia, se pavonean de
sus relaciones con la cúpula del poder castrista y se regocijan de
conocer los chismes más exclusivos de sus antiguos amos, porque en
verdad eran servidores, esclavos de lujo del olimpo antillano.
Paradójicamente muchos de estos renegados tienden a servir a los
gobiernos e instituciones que en algún momento trataron de destruir.
El espíritu mercenario que les caracteriza no pone reparo cuando les
ofrecen seguridad personal y económica, convirtiéndose en fieles devotos
de quienes fueron sus enemigos mortales. Pero lo peor no es eso, sino
que hasta ciertos sectores de la oposición en el exterior les confiere
reconocimientos y honores porque consideran que ganan preeminencia al
asociarse a quienes después de haber sido arquitectos y albañiles de la
destrucción de un país, mutan vertiginosamente a expertos en la
reconstrucción, o en teóricos de las soluciones posibles de la tragedia
cubana.
Pero entre esos renegados que en otros tiempos habrían tenido el rechazo
más contundente hay unos ejemplares que merecen el mayor de los
desprecios y son aquellos que justifican sus acciones pasadas
responsabilizando a las víctimas de su conducta.
Estos individuos con extremo cinismo justifican complicidades y abusos y
en un vil intento por escamotear su responsabilidad en el pasado
colectivo, niegan valores morales, razones y derechos a quienes
enfrentan el proyecto que ellos defendían.
El cinismo, la arrogancia y la prepotencia son sus atributos más
conspicuos. Son egoístas porque solo piensan en su entorno más directo.
La frustración les induce a justificar los crímenes individuales en que
participaron y obviar su complicidad en la destrucción de una sociedad,
de una economía, de un país. Desprecian a las víctimas del sistema y a
la nación en la que cometieron sus tropelías, no respetan a los que han
tenido el valor de luchar por sus convicciones ni a los infelices que
han padecido los abusos del régimen.
Por otra parte, es justo puntualizar que muchos de los que renegaron del
totalitarismo han asumido sus nuevos compromisos ideológicos y políticos
con dignidad, coraje y dedicación. Demuestran estar estrechamente
asociados a su nuevo pacto social. Trabajan arduamente por el cambio y
promueven soluciones lo menos traumática posible para nuestra tragedia.
Errar es de humanos, pero las lesiones que derivan de esos actos no
pueden quedar impunes, aunque sea en el aspecto moral, y si existe un
mandato ético de que se debe comprender y perdonar la falibilidad
humana, esa conducta no es posible si falta un arrepentimiento que
transite por la rectificación de los errores.
La prepotencia, el justificar las malas acciones nos aleja de la tan
promovida reconciliación. Si los ex verdugos siguen convencidos de que
sus crímenes estaban justificados, ¿qué se puede esperar de aquellos que
todavía siguen encarcelando, reprimiendo y matando, si se hace necesario?
Que reflexionen los que solo ven entre los que se oponen al
totalitarismo ánimos de vendetta, porque las evidencias indican que a
los que hay que demandarles comprensión, entendimiento y tolerancia es a
los que usaron el garrote y a los que lo siguen esgrimiendo todavía.
http://miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=36310
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