Publicado el sábado, 06.23.12
Gobierno y oposición: el punto muerto
Ariel Hidalgo
Según los teóricos de las revoluciones, éstas sólo son posibles cuando
existen condiciones objetivas y subjetivas. Las objetivas son la
precariedad e injusticia en que vive la población, una situación de
desesperanza en la que los de abajo sólo saben que no pueden seguir como
hasta entonces, aunque no sepan aún qué hacer ni qué poner en lugar de
lo que existe. Faltan, en otras palabras, las condiciones subjetivas,
confianza en una vanguardia o liderato con una certera estrategia de
lucha y una meta bien definida, una clara visión de aquello que queremos
lograr una vez rotas las cadenas.
Si aplicamos esta teoría a la realidad cubana actual, nos encontramos
que ya hace mucho las condiciones objetivas están dadas, que el pueblo
se encuentra en un estado de frustración ante las promesas del poder
reiteradamente incumplidas, condiciones que a mi juicio comenzaron a
crearse en los 90 tras derrumbarse la Unión Soviética y el campo
socialista y maduraron a fines de la primera década del siglo XXI con la
creciente corrupción burocrática, la crisis mundial y los desastres
naturales. La inconformidad, extendida, incluso, hasta las propias bases
sociales que servían de apoyo a esa dirigencia, generaron una vertiente
contestataria de izquierda. Dos actitudes gubernamentales develan la
conciencia del peligro: la concesión de migajas a la población para
apaciguarla con expectativas de cambio, y al mismo tiempo, un aumento
sin precedentes del hostigamiento contra grupos opositores.
Sin embargo, no existían aún las condiciones subjetivas. La única
solución concebida por gran parte de la población para escapar era el
éxodo. Se arriesgaban a morir ahogados en el mar antes de sufrir
hostigamiento y prisión junto a una oposición que había logrado
reconocimiento y protección de la opinión pública internacional, pero
que se mantenía fraccionada y había fracasado en sus estrategias, pues
el gobierno nunca aceptó las propuestas de diálogo y demostró su
resolución a desconocer incluso sus propias reglas cuando se le retara
en su misma legalidad. Se había llegado, por tanto, a un punto en que ni
la oposición podía vencer a ese gobierno ni el gobierno podía
aniquilarla. Y si las cosas empeoraban y estallaran explosiones sociales
incontrolables, esa oposición no tendría poder de convocatoria para
canalizar a la población hacia un cambio constructivo, no sólo por su
fraccionamiento, sino además, por el predominio en gran parte de ella de
una retórica influida por sectores de la Diáspora divorciados de la
realidad interna que, en consecuencia, la distanciaba de esa población.
El respaldo a las restricciones económicas y política de aislamiento de
una potencia extranjera hacia Cuba, no podía ser atractiva a quienes
vivían del turismo, a cuentapropistas, a familias que recibían remesas
de parientes en la Diáspora, ni a traficantes del mercado negro entre
otros, o sea, a la inmensa mayoría del pueblo.
No obstante, varios grupos opositores, así como la izquierda
contestataria, han adoptado por separado posturas diferentes al rechazar
esas restricciones, en particular las barreras a viajes y remesas
impuestas por ambos gobiernos, conscientes de que la comunicación de las
ideas y la ayuda económica contribuyen a crear una base social
propiciadora del cambio. Al mismo tiempo, un sector cada vez más amplio
de la Diáspora no sólo coincide con ellos en estas demandas, sino
además, en el ideal de una sociedad realmente democrática y
participativa. Ese punto muerto se rompería con la convergencia de los
diferentes frentes democráticos de todos los ángulos de la sociedad. La
solución, pues, está a la vista: en primer lugar, una carta de
principios válida para todos los tiempos donde nos comprometamos todos
los cubanos de buena voluntad y nos sirva de plataforma para la
convergencia de todos los que debemos andar juntos en la fundación de
una Cuba unida en nuestra diversidad, en la lucha por la paz, el amor y
la prosperidad, para levantar bien alto una sola voz en reclamo de los
más valiosos derechos del pueblo, y luego elaborar, conjuntamente, el
mapa de ruta de la transición. A las puertas de un posible porvenir
preñado de peligros, viene a la mente la frase de Martí en Nuestra
América: "una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como
la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados".
Infoburo@AOL.com
http://www.elnuevoherald.com/2012/06/23/1235548/ariel-hidalgo-gobierno-y-oposicion.html
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