Domingo 22 de Mayo de 2011 01:29
Orestes Suárez
Testimoniar estos hechos me hace un nudo en la garganta. Tanto Nancy
como yo hemos quedado marcados por ellos. Cuando Ascanio gritó que venía
gente corriendo detrás de nosotros, ya Junco estaba a unos cinco metros
de mí. Por el lado me pasó la "Rubia asesina" y una mulata a quien no
conocíamos. Junco, que sí nos era conocido de múltiples actos de
hostigamiento, me conminó a que lo acompañara.
-Necesitamos hablar contigo –me dijo con descaro.
-No tengo nada que hablar con ustedes… -respondí.
-Si quieres hablar será con todos nosotros, nos tienes que llevar a
todos –intervino Nancy.
-¡Ah, tú eres Nancy! –gritó con gesto agresivo la rubia asesina-. Sí… tú
te vas con nosotros.
Entonces cayó en la cuenta de que Ascanio tenía un tubo entre las manos.
Se lo pidió y éste se lo alcanzó. Yo miraba la escena sorprendido. En
ese momento Junco saltó y me llevó los brazos a la espalda, inmovilizándome.
La rubia asesina se volvió hacia Nancy y, relampagueante, la agarró por
el pelo. Luego de soltarla, gritó eufórica:
-¡Esta es mía! ¡Que no me la toque nadie!
-Déjalos Junco, ellos no han hecho nada… -pidió Lisset Zamora. Los demás
permanecían en silencio.
-¡Vete Lisset! –respondió el represor-. Esto no es con ustedes…
La rubia asesina y la mulata, con Nancy de rehén, iniciaron el retroceso
a marchas forzadas, hacia el reparto. Alcancé a escuchar que la rubia le
decía a Nancy:
-Qué ganas tengo de meterte el tubo por la cabeza, puta mercenaria…
La mulata con cuerpo de hombre masculló algo al oído de la rubia y ésta
botó el tubo. Ya de espaldas al grupo, y en marcha apresurada, perdimos
de vista a los otros opositores. Junco lanzaba improperios contra mí a
medida que retrocedíamos, siempre inmovilizándome. A Nancy la llevaban
casi corriendo, hubo momentos en que la perdí de vista, ya a más de cien
metros delante de nosotros (yo, Junco y un mulato grandulón que le
servía de escolta). Mientras Junco mantenía mis brazos en cruz a la
espalda, con su mano izquierda, con la derecha comenzó a golpearme,
mientras me ofendía y amenazaba de muerte. Al entrar al trillo y brincar
el arroyito, el mulato me descargó un fuerte golpe en la parte baja del
oído derecho, que casi me hizo perder el conocimiento.
Junco vociferaba con más fuerza ahora:
-¡Coño Orestes, con las ganas que te tenía y me autorizaron a matarte!
¡Maricón, mercenario, terrorista, viejo de mierda! Tú no vas a acabar
con la revolución… Anda, pídele auxilio a los marines ahora… pídele a
Bush que venga a defenderte, descarado, mercenario…
Entonces dejé de escuchar los improperios, de sentir los golpes. La
ansiedad de no ver a Nancy me atenazaba. Al subir una pequeña pendiente
alcancé a verla completamente mojada, luego de ser zambullida en el
arroyo por sus victimarias, que parecían disfrutarlo. Una oleada de
alegría me embargó. Aún estaba viva. Dios no nos había abandonado.
Según me contó después Nancy, bajo una fuerte golpiza la habían
conminado a dar vivas a Fidel Castro. Al ver que no podían lograrlo, la
zambulleron varias veces. Luego decidieron seguir hasta el taxi limusina
destinado a la operación. Una "heroica acción" más de estos "aguerridos
revolucionarios".
Al llegar al vehículo, los paramilitares introdujeron a Nancy en unos
arbustos por orden de la rubia, quien especificó:
-¡Vamos a darle aquí! Allá nos pueden ver las personas de la placita…
La golpiza propinada a Nancy por aquellas bestias fue descomunal. Sin
embargo, no lograron arrancarle un solo quejido. Esto enfureció más aún
a los paramilitares. Ya cuando suben conmigo y alcanzo a ver a Nancy, la
rubia vuelve a gritar:
-¡Que no me la toque nadie, fui yo la que la capturé!
El taxi limusina, de color amarillo y negro, estaba parqueado junto a la
placita. No era más que un auto marca Lada al que los chapisteros habían
injertado un metro más de carrocería, logrando capacidad para tres
pasajeros adicionales, diseño bastante frecuente en Cuba. Ya cuando
Junco me detiene junto al vehículo, alcanzo a ver a unos diez o doce
paramilitares, y a otra mulata. Al chofer lo distingo por su ropa,
característica de los conductores del transporte público en la Isla.
Tras el automóvil estaba "Boca de Perro", funcionario del PCC que
soporta este mote por las considerables dimensiones de su boca, que deja
ver una dentadura amarillenta. Comenzaron las discusiones en torno a la
participación en el festín, en la orgía. Boca de Perro dio una orden a
Junco y éste, a su vez, eligió a los participantes. Uno de los elegidos
empujó a Nancy. La montaron en el asiento trasero, con las dos mulatas y
la rubia asesina.
A mí me montaron, de un empujón, en el asiento del medio, flanqueado a
la derecha por Junco y el mulato escolta. A mi izquierda estaba un
hombre de raza negra, desconocido. Delante, junto al chofer, dos mulatos
y otro hombre de raza blanca. Así quedó conformada la tripulación del
terror. "Valientes defensores de la revolución", como diría mi abuelo,
ahorcado en extrañas circunstancias en Ranchuelo, en 1964.
La tripulación del terror
Qué valientes seis hombres para un solo hombre. Tres mujeres para una
sola mujer. Nueve sujetos para dos personas pacíficas, que no practican
ningún tipo de violencia.
Yordani Junco es un hombre de más de 200 libras de peso. Profesor de
judo en un área deportiva de Santa Clara. Tendrá unos 25 años de edad.
De él nos ha llegado la información, a partir de averiguaciones hechas
por hermanos de la oposición, de que ha sido amonestado en su trabajo
por problemas de conducta. Por maltrato a niños practicantes de judo de
su área. También ha maltratado a su esposa y a sus padres, según
testimonios de vecinos del reparto Boingochea, donde reside. Suele
presentarse voluntariamente en la Seguridad del Estado para pedir tareas
de choque contra los opositores. Quiere ser seleccionado para viajar a
Venezuela.
Las edades de los otros cinco y el grupo general que rodeaba el taxi,
oscilaban entre los 25 y los 30 años. Todos de complexiones robustas.
Gente que practicaba deportes y contaba con buena alimentación. De ellos
no podemos dar una descripción muy exacta pues trabajaron buscando no
ser reconocidos, y no eran habituales de los actos de repudio en la zona.
El hostigamiento durante el día había sido obra de ellos y de unas
ochenta personas más, que se relevaron por grupos. Tenemos conocimiento
de que fue el INDER el organismo que más personal aportó al acto de
repudio contra el apartamento donde se celebró el Congreso Bibliotecario.
Las tres mujeres represoras, desconocidas hasta entonces, destacaron en
la golpiza y traslado de las valientes hermanas María Antonia Hidalgo
Mir y Caridad Caballero Batista hasta Cacocún, cerca de Holguín. Se
habían estrenado con Nancy González García, con la cual se ensañaron
hasta llegar a la tortura física y mental.
La rubia asesina de los "puños alegres" es una mujer de piel muy blanca,
rubia por excelencia. Alta, de unos seis pies de estatura, su figura es
esbelta y musculosa, al igual que la de las mulatas. Su condición de
practicante de artes marciales les ha dado esos cuerpos y los rasgos
varoniles que poseen. Las mulatas escondieron sus rostros todo el
tiempo, por lo que no nos fue posible identificarlas. La rubia siempre
fue la más decidida, induciendo a las otras a golpear con rigor a sus
víctimas.
Fragmento del testimonio "25 kilómetros de terror" (Ediciones El Cambio)
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