Una conspiración de bellas personas
Néstor Díaz de Villegas
Hollywood 25-04-2012 - 9:10 am.
¿Qué pasaría si la disidencia aprendiera tanto del castrismo como el
castrismo ha aprendido de la disidencia?
Creo que es la primera vez en nuestra historia moderna (por lo menos
desde la revolución del 33 y la caída del machadato), que los luchadores
antigubernamentales son personas pacíficas, razonables y honestas, y no
una sarta de bribones, pandilleros, antisociales, fanáticos y demagogos.
El equilibrio sicológico y moral de nuestros disidentes pudiera resultar
atractivo si no redundara, a fin de cuentas, en la esterilidad. En
tiempos de crisis, la virtud es socialmente improductiva —inconsecuente
políticamente—, aunque muy socorrida a la hora de consignar unos datos
biográficos que favorezcan al opositor. La probidad sirve, si acaso,
para completar planillas.
¿Cuántos opositores no se han encomendado a Dios, han fundado grupos
apegados a la Iglesia, a la doctrina cristiana, al ecologismo, al
judaísmo o al espiritismo? ¿Cuántos no han jurado por los estatutos de
alguna constitución, ideal o ya superada, abolida o todavía por
redactar? Los derechos humanos inspiraron a quienes demandan de la
dictadura la adhesión a unos principios universales, abstractos e inútiles.
Hay otros que hacen oposición desde la cultura, lanzan proyectos
artísticos y debaten entre sí cuestiones estéticas. Acumulan
reconocimientos, viajan o no viajan, reciben becas y estímulos
materiales de los mismos poderes que apuntalan la maquinaria cultural
castrista con estipendios, scholarships y dineritos. Las revistas de
moda que los proclaman gente del año exaltan también al dictador como
prodigio del siglo.
Por eso creo que, a pesar de sus abismales diferencias, la oposición y
el castrismo (o mejor: el castrismo y su oposición) juegan en el mismo
bando. Entiéndaseme bien, hablo de una cuestión complicada: yo también
llevo décadas apoyando al bando de los honestos. El cansancio me obligó
a mirar el asunto desde otro ángulo. Lo que quiero decir es que el
castrismo y su oposición operan en el mismo terreno, que se emiten y se
absorben en un mismo campo dinámico, que han llegado a una especie de
equilibrio.
Como mismo el castrismo vivió del embargo, y como mismo fagocitó a su
exilio para comenzar a vivir de él parasitariamente, en usufructo
perpetuo de sus logros y de sus derrotas; como mismo había incorporado
antes al "imperialismo yanqui", integrándolo a sus funciones mediáticas
y parasimpáticas; como mismo mutó en raulismo, que no es más que la
transición contaminada de estatismo —y ahora capaz de producir su
antígeno: la intransición—, asimismo el castrismo tardío, el castrismo
replicante, se presenta como el producto de la hibridación
contrarrevolucionaria.
¿Qué hacer? He pensado en un dispositivo de duplicación reversa por el
que la disidencia llegara a apropiarse de los contenidos del fidelismo,
de sus ingredientes activos (léase: agresivos). La oposición podría
aprovechar el repliegue o simulacro raulista para romper el equilibrio.
Podría valerse de la autocomplacencia y del falso bienestar de la etapa
"transitiva", e implementar unos mecanismos de organización clandestina
capaces de reproducir las células del castrismo, de duplicar la acción
encubierta castrista.
Para eso, la oposición deberá dejar de ser una conspiración de bellas
personas. Deberá encontrar a sus feos y a sus degenerados, a sus
frustrados, a sus acomplejados y a sus deformes: a sus Melbas, a sus
Chechés, a sus Renatos Guitart y a sus Ñicos López. Los escrupulosos
deberán hacer lugar a los inescrupulosos; la decencia deberá
subordinarse a la bajeza. ¡Y de bajeza tenemos en Cuba canteras inagotables!
Llegado el momento, se reclutará entre los bandoleros, esos que cuando
arriban a Miami no se arredran ante ningún peligro, ni sienten el menor
escrúpulo ante los negocios sucios. Tampoco deberá preocuparles de dónde
sale el dinero para sus escaramuzas. El dinero de una revolución es
siempre mal habido, y los medios justifican el fin, siempre que se trate
del Fin, con mayúscula. De una ciudadanía desmoralizada nacerá el
próximo gobierno democrático de Cuba. De la escoria surgirá un liderazgo
capaz de encauzar la violencia por canales patrióticos.
¿Soluciones pacíficas y electorales? ¿Es que somos acaso los comunistas
de 1953? Mientras que en un mundo ideal la oposición "clásica"
representaría la auténtica alternativa a los desmanes del castrismo, a
su ceguera y arbitrariedad, en el mundo real, la chusma sin principios
—es decir: la creación suprema del fidelismo— está llamada a convertirse
en la sepulturera de los ideales revolucionarios.
Es entre la canalla que prosperará cualquier iniciativa de caos. Con
ella ha de contar, tarde o temprano, la empresa liberadora. La
disidencia le ha vuelto las espaldas, desafortunadamente, al trápala, al
delincuente y al parásito, pero es en ese medio, en ese caldo de
cultivo, donde abundan la intriga y la conspiración, que son los
elementos claves del modelo castrista a duplicar. Creer que la
revolución fue hecha por personas decentes es haberse tragado, completo,
el cuento castrista. Los que así piensan, conciben su anticastrismo
desde la falsa conciencia castrista. Son víctimas inocentes del peor
tipo de diversionismo ideológico.
Lo anterior nos remite a los eventos de la actualidad. El gesto de
Andrés Carrión Álvarez dio la medida de la energía potencial encerrada
en la inercia aparente del cubano. Se trata de una fuerza de
resistencia, de rechazo, pero de una fuerza al fin y al cabo. El
"incidente Carrión", en Santiago de Cuba, encierra una doble moraleja.
Primero: que es cuestión de enseñar a desembarazarse de la fuerza
reprimida a quienes la poseen en exceso. Segundo: que la fuerza (la
fuerza-en-sí) ha sido denigrada y desacreditada por los ideólogos
castristas, y descartada como mero "instinto", como fuerza bruta. Nos
avergonzamos de nuestra fuerza: el adoctrinamiento nos obligó a verla
como un elemento foráneo, ajeno a nuestra "esencia". Nada más lejos de
la verdad.
El zarpazo del seudo camillero nos permite apreciar esa fuerza en toda
su crudeza, e imaginar un escenario en que el opositor sea quien se
disfraza, quien se confunde entre las filas de la Cruz Roja, y quien
propina el golpe al esbirro. ¿Qué pasaría si se intercambiaran los
papeles, si se trocaran los camuflajes? ¿Qué pasaría si existieran dos,
tres, muchos Carriones indetectables? Estas son preguntas que caen por
su propio peso, son las interrogantes que el régimen, en su infinita
prepotencia, nos impone. Y esta otra: ¿qué pasaría si la oposición
imitara al castrismo, si la disidencia aprendiera del castrismo tanto
como el castrismo ha aprendido de la disidencia?
http://www.diariodecuba.com/cuba/10801-una-conspiracion-de-bellas-personas
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