¿Qué (no) nos dice la nueva izquierda en Cuba?
La mayoría de los críticos de la izquierda siguen considerando que la
revolución cubana es un proceso vivo, y el socialismo un estado latente,
tal y como imaginó Trotsky a su estado obrero soviético antes de caer
destrozado a piquetazos por un agente de Stalin
Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 19/12/2011
Uno de los hechos políticos que más me ha sorprendido en los últimos
tiempos es la cantidad de personas, redes y organizaciones, que desde la
izquierda, se han posicionado críticamente frente a la actualización
raulista.
Desde cierto ángulo, no hay nada nuevo en que haya una crítica de
izquierda en Cuba. De hecho ésta siempre existió desde el ámbito
académico, y en los orígenes de la revolución existieron grupos
políticos de izquierda disidentes de las políticas oficiales. Y —no
menos relevante— en la propia oposición organizada hay grupos que se
ubican en este espectro político, en muchas ocasiones con más
autenticidad programática que el propio Partido Comunista, como es el
caso, por ejemplo, del Arco Progresista.
Lo singular de esta nueva hornada radica en que:
Estas personas no pertenecen a organizaciones conocidas y
arraigadas, sino a grupos que tienen toda la apariencia de ser pequeños
espacios de discusión, a lo sumo articulados con redes más amplias como
es el caso del Observatorio Crítico.
Aun cuando no producen una ruptura con el régimen político, no
consideran necesario seguir los "canales adecuados" de la crítica, según
la liturgia partidista, sino que la expresan por diversos medios
públicos y privados. De esta manera, aun cuando seleccionan a la clase
política como su interlocutora (finalmente le aconsejan como hacer las
cosas para aprovechar lo que pueden ser "las últimas oportunidades") al
mismo tiempo intentan hacerse de otros interlocutores entre los escasos
cubanos que acceden a internet o entre la izquierda internacional.
No se trata únicamente de críticos marxistas, sino que reproducen
toda la variedad internacional de la izquierda, que van desde posiciones
socialdemócratas hasta anarquistas, además de posiciones específicas en
relación con los géneros, las preferencias sexuales y el ambientalismo.
Áreas estas últimas, anoto al margen, donde se han producido los
posicionamientos más sólidos y refrescantes, portadores de una nueva
visión de la vida cotidiana.
Todo esto es un signo político positivo. Es muy importante que aparezca
en el escenario político cubano un horizonte crítico de izquierda
dispuesto a emplazar a la izquierda autoritaria atrincherada en el
Partido Comunista y su jerarquía. Y que en el futuro se plantee disputar
la hegemonía política (en aquellos insuperables términos propuestos por
Gramsci: como dirección ético-política) a otras corrientes políticas de
centro y derecha.
Pero al mismo tiempo, creo que esa izquierda emergente enfrenta varios
problemas cruciales que debe resolver si quiere efectivamente ser una
alternativa política en la sociedad cubana. O dicho de otra manera, si
no quiere ser simplemente una pieza testimonial en los anaqueles de una
izquierda que no se cansa de marchar de derrota en derrota hasta una
mítica victoria final.
Ante todo, la mayoría de los críticos de la izquierda siguen
considerando que la revolución cubana es un proceso vivo, y el
socialismo un estado latente, tal y como imaginó Trotsky a su estado
obrero soviético antes de caer destrozado a piquetazos por un agente de
Stalin.
En consecuencia, regularmente coinciden en diagnosticar una
burocratización del sistema que impide el despliegue socialista. Pero
para el cual existen reservas tanto en la membrecía partidista como en
la propia élite política, y en particular en un fetiche ideológico
llamado liderazgo histórico. Los problemas del llamado socialismo cubano
son, por consiguiente, problemas externos a un sistema ideal
—oligarquización, burocratismo, autoritarismo— y que pueden ser
eliminados conservando la esencia del sistema. Y la manera de
erradicarlos es acentuando los espacios de democracia de base y
propiedad cooperativa y consejista que desencadenarían la reapropiación
socialista del proceso.
Soy de los primeros en reconocer el valor político que esta discusión
posee, así como la lucidez de numerosas apreciaciones debida a estos
críticos de la izquierda que sin lugar a dudas enriquecerían el debate
público y el quehacer político de la República justa, solidaria y
democrática del futuro.
Por ejemplo, me parece altamente positivo que estos críticos subrayen la
importancia de promover tanto la propiedad cooperativa como la
autogestión y cogestión de los trabajadores. Son expedientes que han
resultado exitosos en muchos lugares y que constituirían alternativas
viables tanto a la privatización como al mantenimiento del actual
sistema estatalista. Pero habría que tener en cuenta que por sus
complejidades y características no toda la economía puede ser
cooperativizada —ni siquiera la mayor parte— y que la cooperativización
implica otros problemas tan agudos como los que genera la propiedad
privada. Olvidemos los encadenamientos simples en que las relaciones de
producción determinan las superestructuras: todo es mucho más complejo,
sencillamente porque las sociedades actuales, cubana incluida, son más
complejas.
De igual manera, creo altamente positivo que planteen la defensa a un
principio que ha regido los servicios sociales en Cuba: el acceso
universal a sus beneficios y la no privatización de sus provisiones.
Puede discutirse la mejor manera de financiar este sistema y de hacerlo
menos ineficiente, pero no su pertinencia como paradigma. Defender este
logro de la sociedad cubana es una meta indiscutible.
Pero me temo que mantener la idea —como hace la mayoría— de que es
posible una transición desde el actual estado de cosas hasta un
socialismo superior, es un viaje a la semilla, notablemente
voluntarista, que paradójicamente prescinde del ABC de la metodología
marxista de análisis que estas personas y grupos dicen atesorar.
No es posible un resurgimiento socialista desde el sistema cubano. Ya no
hay revolución, y nunca hubo socialismo. Lo que hoy existe es un sistema
postrevolucionario que deriva, sin contrapesos visibles, hacia la
restauración capitalista. Y lo hace bajo la dirección de una tecnocracia
militar en proceso de conversión burguesa. Y esa
tecnocracia-haciéndose-burguesía va a defender sus privilegios
económicos y su control del estado con una ferocidad propia de los
guardaespaldas de Al Capone. Y curiosamente lo va a hacer en nombre de
"la patria, la revolución y el socialismo".
La economía es un desastre que necesita una fuerte inversión de
capitales que no existe en el país. Y la sociedad cubana se compone
efectivamente de personas instruidas e inteligentes, pero empobrecidas y
hastiadas de las metas trascendentalistas que colocan el futuro mejor
más allá de sus propias existencias. Si la izquierda democrática quiere
realmente ser una opción política no puede continuar aferrada a las
utopías, las mismas que muchos intelectuales abrazan como un recurso
para olvidar el miserable mundo político en que viven y del que
finalmente son cómplices. La izquierda requiere ante todo de una
propuesta de buena vida en un escenario de libertad y solidaridad. No de
paradigmas emancipadores que invitan a sacrificar el presente por el futuro.
En tal contexto, la democracia es vital. Nada es hoy más auténticamente
de izquierda en Cuba que reclamar la democracia política y la autonomía
social. Sencillamente porque solo la autonomía y la organización de los
sectores populares —sindicatos, asociaciones diversas y partidos— puede
garantizar la preservación de los logros sociales alcanzados y avanzar
en función de la equidad y la justicia sociales, metas ineludibles de la
izquierda. Y esto solo se consigue en un sistema democrático, obviamente
para todos y todas. Sobre todo, para quienes piensan diferente.
Y por consiguiente, es también imprescindible la ruptura con el régimen
político cubano y con todos sus fetiches ideológicos. No es posible
olvidar las bofetadas que se propinan a las Damas de Blanco y expresar
solidaridad con los estudiantes chilenos maltratados por los
carabineros. No es posible soslayar la represión sistemática contra los
opositores —no importan los signos políticos— y defender el derecho de
los indignados a ocupar Wall Street. No es posible convencer a nadie de
que hay un futuro más allá de la mediocridad de la actualización
raulista y su modelo chino simplemente denunciando una burocracia que
nadie sabe donde está exactamente. No es posible seguir venerando a un
Partido Comunista encargado de legitimar la restauración capitalista por
la vía autoritaria y seguir hablando de una emancipación postcapitalista.
Siempre cuando escribo sobre esto recuerdo una imagen de una novela de
mi amigo Lichi, en la que una mujer barbuda llamada Bebé trataba de no
abrir los ojos en la mañana para no ver el mundo. Vivía aturdida y
vacilante por el trauma de los romances equivocados. La izquierda
democrática emergente escribe con la angustia de Bebé y advierte a su
supuesta interlocutora —la clase política postrevolucionaria— que el
tiempo se acaba para ella.
Pero no es cierto. En realidad se acaba para la izquierda. Y un día esa
izquierda, como Bebé en su momento, entenderá que todos sus amores
extraviados solo le dejaron "…puros ripios que el viento o la memoria,
se encargarían a tiempo de barrer."
http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/que-no-nos-dice-la-nueva-izquierda-en-cuba-271726
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