Nuestras divisiones son nuestra fuerza
Nicolás Pérez
El eterno dilema del ser humano, mayor que amar u odiar, es abrir o
cerrar. En el caso de las dictaduras si abren e inician aperturas se
desmoronan, y si cierran y se enquistan en el terror desaparecen.
¿Qué pasa cuando una dictadura planta rodilla en tierra? En 1976, en
España, Consejos de Guerra en Burgos, Barcelona y Madrid condenan a
muerte a 11 miembros de la ETA y el FRAP. Quince países europeos
retiraran sus embajadores del país, el Papa Paulo VI pide clemencia,
pero el franquismo prosigue su ola de represión. En aquel instante
Franco está en su lecho de muerte con un shock endotóxico. Moribundo, el
dictador aún dice: "Dejo todo atado y bien atado". Segundos después de
su desaparición, renuncia Carlos Arias Navarro. Y como lo fueron hasta
ayer Carlos Lage y Felipe Pérez Roque de Fidel Castro, toma el poder
Juan Carlos de Borbón su delfín, el discípulo bien amado de Franco, que
da paso a Adolfo Suárez y a sus barones de la UCD, y comienza la
transición española.
Como contrapartida, ¿qué pasa cuando una dictadura inicia una apertura?
Muere Konstantin Chernenko y Mijail Gorbachev toma el poder abandonando
la doctrina Breznev y aplicando tres políticas: el myshienie, fin del
enfrentamiento entre el Este y el Oeste; la perestroika,
reestructuración y modernización de la economía, y el glasnost o
transparencia y franqueza. Pero su punto de inflexión en los cambios fue
retirar el apoyo a los gobernantes de Europa Oriental. Polonia inicia el
proceso de transformación con huelgas dirigidas por Solidaridad. En
Hungría desmontan el sistema reformadores comunistas como Imre Pozgani.
Y en Alemania Oriental, dimite Erich Honecker y cae el Muro de Berlín.
En la URSS, los militares desconcertados dan un golpe de Estado, algo
con infinidad de posibilidades que se repita en Cuba, y el héroe de la
jornada subido sobre un tanque es Boris Yeltsin, ex miembro del
Politburó y que militó en el Partido Comunista durante 26 años, que se
ocupa de convertir en humo y cenizas el sueño de Marx, Lenin y Stalin.
¿Quién será el Boris Yelsin que le ponga punto final al castrismo? ¿Un
disidente, un exiliado, un alto miembro del Partido Comunista o un
general del Ejército Rebelde?
¿Tiene el castrismo tiempo de rectificar? No lo creo. Se les apareció la
Virgen cuando Gorbachev visitó la isla el 4 de abril de 1989, pero sus
conversaciones privadas con Fidel Castro fueron "un diálogo de sordos",
aun cuando Fidel dijo en su discurso: "Mis conversaciones privadas con
Gorbachev fueron familiares, muy familiares", y con la veta hipócrita
que lo caracteriza, añadió: "Y me atengo a la estricta verdad".
¿Y este exilio?... por buen camino, porque a pesar de la aplanadora
pasándole por encima a casetes de música en la Calle Ocho, lo cual
recuerda el grito "Muera la inteligencia" del coronel Millán Estray en
su disputa en el paraninfo de la Universidad de Salamanca con don Miguel
de Unamuno, se están dando pasos positivos. Organizaciones como el
Presidio Histórico, Plantados, Center for a Free Cuba de Frank Calzón y
Mar por Cuba siguen apoyando moralmente a la disidencia y a las Damas de
Blanco enfrentados a una feroz represión, e intelectuales como Carlos
Alberto Montaner y Enrique Patterson nos advierten en el caso de Pablo
Milanés, que la rectificación es válida y de sabios.
Aunque quedan errores por superar, como secundar un embargo inexistente
que solo ha servido para que los Castro justifiquen sus fracasos. Además
de que mientras ni una sola dictadura totalitaria ha sido derrocada por
hambre, tampoco un solo pueblo ha sido libre sin un rechazo visceral a
la represión, la simulación, las contradicciones y la esclavitud.
Otro error suponer que el gobierno castrista desea un acercamiento con
Estados Unidos. Cada vez que Washington ha intentado tender un puente
ellos lo han dinamitado, y ahí está el caso de Bill Richardson y Alan
Gross, porque con un país destruido, la única coartada que les queda es
presumir de su antiimperialismo.
El tercer error es de nuestros congresistas federales que desean
levantar abismos entre Miami y La Habana. Y está el caso del cantautor
Milanés, que nos dividió recientemente pero también a la cúpula
castrista. Y en esta escaramuza ellos perdieron, porque la debilidad de
los totalitarismos es su unanimidad, y la fuerza de los demócratas
estriba en nuestras divisiones. Mientras más posiciones diferentes
tengamos más indestructibles somos, porque eso, exactamente, es la libertad.
http://www.elnuevoherald.com/2011/09/21/1028932/nicolas-perez-diaz-arguelles-nuestras.html
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