Fotografía
'Exodus': un drama silenciado
Jesús Rosado
Miami 26-08-2012 - 3:46 pm.
Las fotografías de Willy Castellanos sobre el éxodo de balseros en 1994
desnudan el adulterado relato oficial.
Controversial, y por momentos tediosa, ha sido la polémica sobre la
utilidad de la fotografía a la hora de historiar. ¿Trascendencia como
fuente documental o no? Una discusión comparable —y no es fortuita la
alusión— a las laberínticas conexiones y distinciones que ha hecho
Wittgenstein entre los conceptos tiempo-memoria y tiempo-información.
Cuando en el agosto habanero de 1994, y en pleno apogeo de la desbandada
de balseros, Willy Castellanos decide documentar cámara en mano las
jornadas crispadas de aquellos improvisados navegantes, lo acomete
impelido por esa agitación social a la intemperie, sin plena conciencia
de que aun con su carácter fragmentario el material visual que iba
atesorando sería dossier elocuente de un drama silenciado por el poder.
De modo que, aunque ciertos reticentes objeten el alcance documental que
Gisèle Freund o la Sontag confirmaron en la fotografía, el reportaje
hilvanado por Castellanos muestra lo opuesto al convertirse en cobertura
excepcional a la sin versión de los hechos, logrando mediante la
aproximación freelance a protagonistas y escenarios que el punto de
vista alternativo evite los pragmatismos premeditados por una estrategia
editorial o ideológica.
Al contrario, más bien en la serie que configura Exodus, una página
extraviada de la historia prima sobre cualquier interés utilitario el
apremio antropológico de transparentar el conflicto humano desde
diversos ángulos. Por ello, paralelo a la temperatura emocional que
registra el ojo fotográfico, es posible seguir el comportamiento
idiosincrásico del isleño ante una decisión tan comprometida con la
supervivencia como la de traspasar el muro de salitre que lo separa de
la libertad y el bienestar.
En las más de setenta fotografías, el lente explora las interioridades
de la acción resuelta y emancipada. Recorre desde la etapa laboriosa de
la preparación de la balsa, y avanza coleccionando sensibles escenas de
camaradería o de inevitable adustez ante la proximidad del destino
inescrutable. Cada toma de Castellanos desborda lo que el lente abarca,
adentrándose en la energía subjetiva de lo que se deja fotografiar y
empujando la especulación hacia las zonas que el enfoque impide ver. Así
deja constancia de una población tristemente marginalizada, cuya
urgencia es abordar las rústicas embarcaciones diseñadas para viajeros
suicidas.
Rostros de hombres y mujeres cruzados por el drama de la disyuntiva que
intentan disimular estoicamente el horror a los abismos. Todo un álbum
patético sobre uno de los momentos de ese fenómeno cíclico que es el
éxodo cubano y donde la combinación de arte y periodismo servirá para
siempre de soporte a la memoria empírica.
A pesar de la premura coyuntural, Castellanos cuidó la factura de
aquellas imágenes. No se distrajo en trucos de oficio o códigos
elaborados porque lo que priorizaba era el testimonio del curso veloz de
los hechos. De ahí que el discurso fluya sin afectaciones, ajeno a la
intervención sobre el saldo de la imagen, pero replanteándose de manera
improvisada una estética del reportaje. Cada tiro al objetivo se
acompaña de encuadres precisos, matizados por el aprovechamiento eficaz
de la luz y por la nitidez, mostrando una clara intuición para las
dinámicas de la composición y la distribución de puntos focales,
profundidades y sombras. Su habilidad para captar las densidades no
visibles del drama retoma aquella tradición del fotorreportaje que
durante años ilustró con temeridad e impacto las publicaciones
periódicas de la Cuba precastrista.
Contemplando las imágenes de Castellanos podemos imaginar en él, la
conmoción tras haber fotografiado seres que apenas horas después
sucumbirían en la odisea. Turbador habrá sido cotejar en su registro
visual el inventario de la muerte. Como si el paso efímero por la imagen
estuviese conectado con juegos providenciales ajenos a la conciencia. A
tono con esa mística el ensayista Alfredo Triff ha sugerido que el hecho
de "que el futuro no exista porque no haya ocurrido no significa que no
está ahí, marcado como un hecho ante-futuro, en la memoria". Tal
ambivalencia metafísica late inevitablemente en el testimonio de Exodus.
De eso se trata cuando la premonición luctuosa en ciertas instantáneas
probablemente confirme la simultaneidad temporal que genera la relación
causa-efecto dentro de una secuencia trágica en marcha. Otra vuelta de
tuerca justamente al nudo dialéctico entre tiempo y memoria donde
Wittgenstein solía explorar paralelismos y paradojas.
Puede que haya algo estremecedor y a la vez irresistible en esa no
ficción. Lo cierto, es que llegado el día en que las imágenes de Willy
apoyen textos o cronologías, será imposible obviar que lo captado por el
lente puede reproducir el último vestigio existencial o la oportunidad
postrera para evocarlo, mientras que los sobrevivientes estarán
reencontrándose con los ademanes previos a la partida. De modo que cada
mirada, cada perfil, cada expresión impensada ha devenido
definitivamente en acta póstuma. El no saberlo en el instante de pulsar
el obturador lo ha dotado de un valor humano adicional.
La ejecutoria de Castellanos en aquel momento no se circunscribió
pasivamente a la condición de cronista del acontecimiento. Imposible
haber armado el mosaico iconográfico si en alguna medida no se era
partícipe de la vivencia. Su proceder en la precipitada circunstancia,
bastante inusual en una sociedad acechada por la mirada del policía,
debe haber provocado expectación, solidaridad o vigilancia. Más próximo
al peligro que a la pose turística, el rol escénico ya le estaba
agenciando un público desde entonces. Esa exposición no deja de ser afín
a los estándares del fotoperiodismo, pero también lo convierte ¿por qué
no? en un performer.
Pero lo más importante es que su ensayo le devuelve gratamente a la
fotografía cubana la cualidad historiográfica. Ante el relato adulterado
—y las omisiones— del castrismo en torno a este otro oscuro capítulo, la
literalidad de Exodus representa una pieza importante de compensación
para la reconstrucción de la memoria. Su validez documental es
incomparable. No hay nada que enmendar entre referencia visual y aquel
panorama desgarrado ya casi en olvido. Son fotos descarnadas, despojadas
de alegoría o parábola, con la sola y abrumadora poética del
desplazamiento. Suficiente. Las visiones congeladas no pueden
conciliarse a otra latitud que no sea la de Cuba del 94. Una
temporalidad retenida que el fotógrafo lega al estudioso o nostálgico
para cuando decida revisitar los mismos arrecifes castigados por el
bochorno de agosto.
http://www.diariodecuba.com/cultura/12699-exodus-un-drama-silenciado
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