Estado de Ilegitimidad y el Artículo 5 (II)
Segunda y última parte de un ensayo sobre el Artículo 5 de la
Constitución cubana, que establece que el Partido Comunista de Cuba,
martiano y marxista leninista, es la fuerza dirigente y superior de la
sociedad
Manuel Cuesta Morúa, La Habana | 06/03/2012 11:05 am
¿Por qué no se ha percibido directamente tal institucionalización
política del racismo?
Por tres razones. La primera: el enfoque exclusivamente político de la
ideología. Los críticos tenderían a decir que la ideología es asunto de
la organización política del Estado en sus relaciones con la sociedad y
los ciudadanos. A todos los demás efectos; culturales, religiosos,
mágicos o cultuales, la ideología es neutral. Percepción desmentida por
la historia de la relación entre los Estados marxistas y los Estados
islámicos.
La mala noticia para estos críticos es que, si bien es cierto que la
ideología es una reacción estructurada a las tensiones sociales
igualmente estructuradas, también ella suministra una salida simbólica a
esa tensión. Es decir, se convierte en una clase especial de sistema de
símbolos orientado a la integración evaluativa de la colectividad. Y al
constituirse como tal sistema de símbolos, la ideología viene a ocupar
el mismo espacio que vienen ocupando, antes ocupaban, o están en vías de
perder otros sistemas simbólicos construidos por el hombre.
Si un sistema de símbolos da sentido a la experiencia de un grupo
humano, ¿cuál es el más apropiado entonces para responder a sus
específicas tensiones? Y la política es una de las tensiones más
vitales, al menos desde la modernidad.
Las respuestas de un yoruba y de un cristiano a estas tensiones nunca
serán las mismas que la de un marxista. Víctor Betancourt, conocido
Babalawo de La Habana, uno de los voceros de la Letra del Año de Diez de
Octubre en la Víbora, ha demostrado que la religión de origen africano
tiene una respuesta ancestral para las tensiones de este tipo. La
pregunta entonces es cómo se articula esta respuesta política desde el
espacio cívico frente al racismo político institucional. Lo mismo vale,
por supuesto, para las diversas respuestas cristianas.
Las ideologías políticas aparecen justo en el momento en que otros
sistemas simbólicos están en crisis o no han estructurado
suficientemente los sentidos y límites de un grupo humano específico. La
crisis de ciertos sistemas simbólicos no es mala en sí misma, la
modernidad se origina ahí, pero su crisis total permite que ciertas
ideologías políticas intenten ocupar todo el espacio que aquellas dejan.
Que el marxismo no haya resistido la competencia con las diversas
versiones del Islam es un ejemplo de cómo una estructuración simbólica
fuerte es impermeable, incluso en el nivel político.
No obstante esta constatación, los Estados marxistas decían, sin sonrojo
antropológico, que el sistema de símbolos o señales edificado a partir
de la "ciencia" marxista-leninista no solo era el más apropiado, sino el
único legítimo para construir las experiencias políticas desde el Estado
y en la sociedad. Por eso los Estados marxistas que fueron, y que son,
institucionalizaron el racismo: no por falta de progreso moral, sino por
exceso de visión y pretendida superioridad científicas. Su paradoja y su
esquizofrenia es que combaten el racismo que estructuran.
La segunda razón por la que no se ha visto este racismo
institucionalizado es por la mirada "progresista" que se atribuye a esta
específica ideología. En dos sentidos: el del progreso humano y el del
progreso de tipo científico, que acompaña a aquel necesariamente. Aquí
se entiende por progreso humano la creación del bienestar general para
las mayorías, a través del desarrollo de la ciencia, la productividad y
la organización racional del Estado en torno a la ideología. Entretanto,
el progreso científico se concibe como la "superación" de las viejas
ataduras mágicas y religiosas que una concepción "primitiva" del hombre
y otra concepción trascendente de las "miserias" de este mundo prometían
resolver con salidas simbólicas "precientíficas" y "enajenantes". No es
de extrañar, por eso, que los Estados marxistas no hayan inventado nada
tecnológicamente serio. Nunca captaron la relación entre la imaginación
religiosa y la imaginación científica.
Y la tercera y última razón radica en lo que podemos llamar el "cruce
étnico" entre los diferentes sistemas simbólicos. Los yorubas se hacen
"marxistas" (en el único sentido en que una sociedad se puede hacer
marxista: religiosamente) y los euros se hacen yorubas (en sentido
cultural y religioso). Este "cruce étnico" enmascara el racismo de la
ideología, porque evita a simple vista la identificación cultural con el
color de la piel, es decir: con el símbolo externo tradicional del
racismo. Solo que, como habíamos visto anteriormente, el color de la
piel no es más que la identificación somática y superficial de
significaciones culturales profundas, pautas de comportamiento, sentidos
de convivencia y concepciones de vida que son apropiadas y reapropiadas
por grupos humanos totales, independientemente del color de la piel. Así
el racismo no se estructura en función étnica o racial, sino en función
de los conceptos del mundo.
Sobre esto último se levanta el racismo político institucional. Un
comunista, con todo el equipamiento de un sistema simbólico
eurocéntrico, tiene "capacidades, legitimidades y derechos" que no tiene
un yoruba, por causa precisamente de su particular sistema simbólico: no
importa que el primero sea negro y el segundo blanco. En tal sentido, la
persona negra aparece como una "asimilada" por el sistema simbólico
dominante y la blanca, como una "desertora" hacia sistemas simbólicos
dominados.
Y si el racismo sigue, para confundirnos, la línea étnica o del color,
es precisamente por el origen étnico del sistema simbólico
"legítimamente" dominante. Por esta razón las personas negras que lo
asumen son vistas como "asimiladas", que "pierden" en el proceso su
condición racial, mientras que los blancos "en regresión" son vistos
como "renegados", que "ganan" su condición de negros en virtud de su
"conducta cultural asumida".
Esto ha creado un problema de identidad cultural a nivel ideológico, que
complica la autenticidad de las pertenencias o identificaciones. Un
negro marxista tiende a sentirse superior a un negro yoruba y a
debilitar sus solidaridades con el sector mayoritariamente inconverso
―es imposible practicar la santería y ser marxista al mismo tiempo―, y
ello solo para evitar ser identificado con el "retraso" o con el "regreso".
Por su parte, el euro "converso" se aleja de los "suyos", exagerando su
nueva identidad en las formas más expresivas que lo "identifican" con la
"cultura primitiva" y rechazando los modos cívicos de su "original"
mundo eurocéntrico.
Al final, las hegemonías y discriminaciones forzadas debilitan la
aportación mutua en la convivencia cívica civilizada y llevan a
cuestionar lo incuestionable: el derecho de elección ideológica
individual con independencia del origen racial. Por así decirlo, se
percibe que la persona blanca culturalmente "conversa", legitima y
refuerza la "incivilidad", mientras que la persona negra marxistamente
ilustrada refuerza y legitima la dominación. Una deriva que bloquea el
completamiento cultural de la nación cubana.
Ahora bien. El teísmo sin dios y la idolatría antipagana marxistas no
lograron salidas simbólicas eficaces para resolver las viejas y nuevas
tensiones de Cuba; más bien las han profundizado. Sí lograron, sin
embargo, apropiarse del Estado y de la política de un modo que los
expone patéticamente en su desnudez racista frente al retorno de lo
reprimido. ¿Cómo explicar entonces el Artículo 5 de la Constitución
cubana, es decir el eurocentrismo constitucional, a la luz del fracaso
del marxismo-leninismo como sistema simbólico?
Del mismo modo que fracasaron anteriores sistemas simbólicos para dar
sentido a la vida cívica y política de la sociedad cubana, el marxismo
viene cosechando el suyo ante el regreso imparable de los viejos
sistemas de señales de la cultura cubana: el catolicismo, las religiones
de origen africano, el protestantismo, la laicidad y las filosofías y
prácticas orientalistas de reciente adquisición por la siempre
posmoderna cultura cubana. Una recuperación impresionante de nuestros
sistemas simbólicos originarios que ha cambiado por completo el espacio
cultural y la orientación cívica de la sociedad.
Sin embargo, en una situación culturalmente escandalosa, un millón de
militantes comunistas domina a más o menos siete millones de cubanos que
practican una u otra de las religiones o denominaciones religiosas
predominantes en Cuba. Una minoría que domina a una mayoría en lo que
describiríamos como un escenario de ocupación cultural desde el Estado
de una etnia política en decadencia.
Lo interesante de esta dominación es que pretende refundarse en la
legitimación constitucional de un vacío ideológico, que ya no genera
sentidos auténticos de pertenencia, así como en la deslegitimación
cívica de los únicos valores que hoy por hoy están ofreciendo salidas
simbólicas a los cubanos. Y al hegemonizar, no por la vía de la
competencia cívica entre valores distintos, sino por la postulación
constitucional del control de los resortes del Estado y de la sociedad,
el gobierno institucionaliza el racismo a través del Artículo 5 de la
constitución vigente. Porque toda interdicción impuesta a sistemas
simbólicos diversos para participar en el espacio cívico (donde se
origina la legitimidad de la política) es racismo.
Dice el Artículo 5. "El Partido Comunista de Cuba, martiano y marxista
leninista, vanguardia organizada de la nación cubana es la fuerza
dirigente superior de la sociedad y del Estado que organiza y orienta
los esfuerzos comunes hacia los altos fines de la construcción del
socialismo y el avance hacia la sociedad comunista".
Y si en Cuba se puede seguir viendo esto como una norma estándar, es
ciertamente escandaloso que una constitución política siga postulando
semejante pretensión en el siglo XXI. No se trata solo del escándalo
moral (la sola idea de considerarse superior es racista, y escribirla
constituye un racismo confeso), sino del anacronismo cultural y
sociológico, así como de la discriminación racial que instituye. En una
época en que parecía que el "progreso científico" de la sociedad y la
cultura disolverían las concepciones religiosas, podría ser visto como
normal que el ser futuro e ineludible se fijara como el deber ser
político en todo el andamiaje del Estado.
Algo así podría ser denunciado como totalitarismo, desde el punto de
vista político e ideológico, y atacado desde los conceptos del derecho y
la libertad, pero podría ser defendido como culturalmente legítimo desde
la homogeneidad racial, ―los cubanos somos una raza culturalmente
homogénea, se nos ha dicho― en el sentido moderno del término, que la
concepción científica de la sociedad solo adelantaba en los libros y en
las instituciones como previsión "acertada" de una marcha cultural y
antropológica "inevitable" de la sociedad hacia lo uno, lo único y lo
mismo: el nuevo hombre de la cultura comunista.
Pero hoy por hoy, con el retorno más que visible de lo reprimido, que es
el retorno explosivo de nuestra cultura, el Artículo 5 de la
constitución cubana no tiene ni legitimidad cultural ni legitimidad
sociológica. Su persistencia puede ser vista como expresión de la
voluntad totalitaria de un reducido grupo de hombres y mujeres, si se
quiere, pero tan fundamental como aquello es la institucionalización del
racismo que ancla jurídicamente desde el punto de vista antropológico y
político.
Veámoslo claramente. El sistema simbólico del marxismo es incompatible
tanto con el sistema simbólico yoruba como con el de los cristianos. El
lugar de la persona, el sentido de la convivencia, el tipo de relación
que construye entre los hombres, la estructura jerárquica que dimana de
sus particulares concepciones de la naturaleza, del más acá y del más
allá, e incluso sus explicaciones del cuerpo, la muerte, y las
limitaciones morales y éticas que imponen, más las transgresiones que
estimulan, solo pueden convivir socialmente en un espacio cívico común
horizontal, construido sin cortes y mutilaciones arbitrarios en la
coherencia simbólica de la diversidad cultural.
Si estos cortes y mutilaciones arbitrarios en cada cultura se establecen
por la ley, bloqueando el acceso de cada visión específica al espacio
cívico, no se hace otra cosa que institucionalizar el racismo,
amenazando la consistencia de cualquier proyecto nacional. La
incoherencia e insustancialidad del Estado cubano nace precisamente de
su inconsistencia e incoherencia antropológicas.
El Artículo 5 de la Constitución de la República de Cuba ―esa
perspectiva eurocéntrica desde la que se ha capturado, la política, al
Estado y a la sociedad cubanas― es el no va más de la cultura nacional.
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/estado-de-ilegitimidad-y-el-articulo-5-ii-274672
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