Cuba: Un mensaje de paz en un clima de violencia
De pronto lo que debe ser un acto de amor se convierte en una trifulca,
y todo ocurre simplemente por tres palabras gritadas en medio de una plaza
Alejandro Armengol, Miami | 27/03/2012 10:34 am
Hasta ahora uno de los hechos importantes a destacar, en el marco en el
cual se desarrolla la visita del papa Benedicto XVI a la Isla, no es la
misa realizada en Santiago de Cuba, la imagen de la Caridad del Cobre,
el recibimiento en el aeropuerto de esa ciudad o Raúl Castro en pose de
humilde, con su séquito entre aburrido y temeroso de que algo se salga
del guión. Es precisamente un pequeño incidente, sin grandes
consecuencias —como se apresuró a afirmar una CNN también temerosa— pero
que ilustra muy bien la esencia de la Cuba real.
Todo ocurrió con rapidez y sin aspaviento. Un cubano logra esquivar dos
de los cordones de seguridad —la investigación de lo que ocurrió debe
haberse realizado y nuevas medidas para evitar que se repita ya deben
estar vigentes― y comienza a gritar "Abajo el Comunismo". Llama la
atención ese grito en estos momentos, y sin duda hay que relacionarlo
con las palabras del propio Papa a su partida de Roma. En el plano
ideológico esta visita puede resultar más compleja de lo que se ha
comentado, pero aún es pronto para entrar en este terreno.
Sin embargo, lo que importa ahora es un hombre que grita y dos miembros
del servicio de seguridad que lo conducen fuera del perímetro donde se
va a realizar un acto religioso, una misa que aún no se ha iniciado.
Hasta aquí, lo ocurrido es simple. Ha sucedido en muchas partes, incluso
en la Basílica de San Pedro. Por otra parte, los agentes no están
empleado fuerza extrema para sacar al hombre, y de acuerdo a las
imágenes de televisión no lo han golpeado, ni lo arrastran violentamente
ni hay un rostro ensangrentado que produzca una imagen de impacto. Es a
la salida del perímetro en que se encuentran los participantes en la
misa que ocurre lo increíble: un miembro de la Cruz Roja se acerca
rápidamente al hombre que ha gritado y le da una galleta que le vira el
rostro. De inmediato brota como una fiebre de ira entre los supuestos
feligreses ―esos mismos que supuestamente han venido a rezar y darse
palmadas y a saludarse mutuamente― y estos comienzan a lanzar golpes que
no solo alcanzan al hombre sino también al agente de seguridad que lo
tiene agarrado. En medio del caos, al fornido miembro de la Cruz Roja no
le basta con lanzar la primera galleta, sino que utilizando la camilla
como arma la emprende contra ese ser humano ―que se supone sea su
hermano y al que él debe cuidar si sufre una lesión o un desmayo― con
furia homicida.
Así que, de pronto, lo que debe ser un acto de amor se convierte en una
trifulca, que ocurre simplemente por tres palabras gritadas en medio de
una plaza. Todo sucede en un lugar fuertemente custodiado y protegido,
en medio de una multitud que hay que suponer que en buena medida ha sido
seleccionada para estar allí, y que en su totalidad sabe que cualquier
hecho que interrumpa el programa elaborado al detalle tendrá consecuencias.
No hay más. No hay sangre ni masacre ni una golpiza excesiva. Pero lo
que ocurrió es suficiente para una vez más alertar sobre el peligro de
desintegración, caos y violencia que pesa cada vez con más fuerza en la
sociedad cubana.
De inmediato se pueden plantear dos hipótesis. Una es que el camillero
de la Cruz Roja sea agente de la Seguridad cubana, y estuviera
cumpliendo órdenes de reprimir con violencia cualquier intento de
alterar el plan establecido para la ceremonia.
La segunda hipótesis es la más preocupante. El camillero actuó "por la
libre", guiado por un afán de "ganarse puntos", en un esfuerzo para
destacarse por encima de los otros, de ser "más papista que el Papa". Y
el resto de los que, de inmediato, comienzan a lanzar golpes comprende
que no es el momento de quedarse fuera, que hay que mostrar una actitud
combativa. Hay algo también que causa alarma en todo esto, y es que de
pronto un grupo de supuestos feligreses no hallan nada mejor para
mostrar su fe que desahogar una agresividad reprimida.
La conclusión es que siguen aumentando las demostraciones que evidencian
que una parte de la población cubana está dispuesta a realizar actos
violentos ―o no sabe controlar sus pasiones e instintos― y reacciona
ante los estímulos más simples. Ese es el sector de la población que se
presta a participar en actos de repudio, donde son guiados y controlados
por un grupo de agentes represivos. Es decir, no alcanzan siquiera el
grado de profesionales de la violencia: son simplemente matones de ocasión.
En un futuro más o menos inmediato, tras la desaparición de los Castro,
de este estrato de la población cubana saldrán los pandilleros,
extorsionistas, abusadores y hasta asesinos que muy probablemente sirvan
para suplir la demanda de delincuentes y personas violentas a ser
empleadas por los diversos grupos dedicados a las actividades ilegales
que se teme florezcan en la Isla.
No es un florecimiento de hechos delictivos el único peligro que acecha
respecto a estos seres sin escrúpulos que en la actualidad encuentran
satisfacción y provecho en participar en los actos de represión.
El problema principal es la existencia de un grupo poblacional
acostumbrado a vivir bajo un régimen totalitario, que de pronto va a
encontrarse incapaz de vivir en libertad, con las responsabilidades que
este hecho atañe. Esos que golpean hoy serán los inadaptados de mañana.
¿Será posible, en un futuro más o menos inmediato, "reconstruir al cubano"?
Mientras abundan los estudios y conferencias sobre la reconstrucción de
la Cuba poscastrista, poco se ha profundizado en esta transformación,
desde la óptica del individuo.
Enfrentar la necesidad urgente de crear los medios que posibiliten los
cambios, para que el cubano devenga en un individuo capaz de enfrentar
los retos y beneficios de un estado democrático y una sociedad civil, es
tan apremiante como discutir las bases económicas y políticas de la
nación del futuro. Conocer cómo piensan y actúan las personas que por
demasiado tiempo han sobrevivido en un país en ruinas abarca un universo
más amplio que las discusiones políticas.
Lo que se ha estado fraguando durante los últimos años en Cuba es un
escenario extremadamente volátil, que hasta ahora el Gobierno de la Isla
ha logrado controlar con represión y promesas.
Pese a ser generalizada, la represión se manifiesta de forma más visible
contra la disidencia. El régimen aún cuenta con la capacidad de mantener
fragmentada no solo a la disidencia ―ello no es noticia desde hace años―
sino en lograr que las pequeñas protestas y actos de desacato que
ocurren a diario no alcancen una dimensión mayor. Ni la disidencia guía
o logra aglutinar el sentimiento de descontento nacional ni el Gobierno
ha logrado grandes avances en un programa destinado a paliar en alguna
medida la pobreza imperante. En este sentido, hay más bien un
estancamiento, tanto en la oposición como en el Gobierno, cuyas reformas
avanzan tan lentamente que simplemente puede decirse que están detenidas.
Todo ello lleva a un aumento de las posibilidades de un estallido
social. De producirse esta fragmentación violenta ―y con independencia
del resultado de la misma― el uso del caos y la fuerza como solución de
los problemas se convertiría en un patrón de conducta adoptado por una
parte de la población de la Isla, que limitaría o impediría el avance
social, al igual que ocurre actualmente en Haití. La manipulación
dejaría de estar institucionalizada, como ocurre ahora, y se convertiría
en tarea en manos de pequeños matones, demagogos y politiqueros de
esquina. El Gobierno de los hermanos Castro está empeñado en dejar solo
el caos tras su desaparición.
http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/cuba-un-mensaje-de-paz-en-un-clima-de-violencia-275320
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