Wednesday, April 11, 2012

Herencia maldita

Herencia maldita
Martes, 10 de Abril de 2012 00:17
Escrito por Jorge Olivera Castillo

Cuba actualidad, Habana Vieja, La Habana, (PD) Si algo está claro en la
compleja realidad nacional, es que el castrismo no va desaparecer en los
próximos meses. Mientras a Fidel y Raúl Castro les quede un hálito de
vida o puedan mantener a raya los achaques de la senilidad, es iluso
pensar en cambios trascendentales en la isla.

Incluso la muerte del primero no garantiza que el sistema vaya a entrar
en un rápido proceso de descomposición.
No se debe perder de vista que el actual General-Presidente, ha colocado
a sus más leales seguidores en los puestos más sensibles de la política,
la economía y el ejército.

Los que presagian estallidos sociales, amotinamientos de algún sector de
las fuerzas armadas o un colapso económico como partes de una
concatenación de hechos motivados por múltiples factores internos y
externos, olvidan la capacidad de manipulación y control demostrada por
la nomenclatura frente a las crisis.

La situación actual no es peor que la acontecida en los primeros años de
la década de los 90 del pasado siglo. Al perder los subsidios de la ex
Unión Soviética y el resto del campo socialista, a raíz de la
desarticulación de dicho bloque de países europeos, era lógico pensar
que Cuba dejaría de ser una dictadura de corte totalitario. Indicar lo
contrario resultaba casi una idiotez.

Sin embargo, el tiempo se encargó de despejar las incógnitas. Una mezcla
de azar y perspicacia se impuso por encima de las opiniones más
respetadas. El "socialismo" en Cuba logró adaptarse a las circunstancias
sin perder su esencia represiva.

Hoy, no obstante la futilidad de las aperturas económicas adoptadas como
recurso emergente de supervivencia, el régimen logra consolidar
posiciones con el fin de obtener garantías para su futuro político. Lo
único importante es su inalterable filosofía de gobernar a sus antojos,
sin adversarios y con instituciones creadas a su imagen y semejanza.

La reciente visita del papa se convierte en un acontecimiento del cual
los principales dividendos fueron a parar a las alforjas de los jerarcas
del poder.

Al margen de los incidentes llevados a cabo por la policía política y
sus secuaces contra opositores pacíficos, Damas de Blanco, activistas de
derechos humanos, periodistas independientes y blogueros, el periplo del
sumo pontífice se tradujo en cuotas de legitimidad para el gobierno
encabezado por Raúl Castro.

Cada señalamiento crítico a causa de las sistemáticas y flagrantes
violaciones a los derechos elementales del ciudadano termina diluyéndose
en elogios y homenajes, abiertos o sutiles, protagonizados por
personalidades de gran relieve internacional.

No se explica el notable rol del gobierno cubano en diversos foros de
carácter mundial como el Consejo de Derechos Humanos y la Organización
de las Naciones Unidas, por mencionar apenas dos de una larga lista, y
observar los hechos documentados por Amnistía Internacional y Human
Right Watch sobre la situación en las cárceles, el alto número de
prisioneros por habitante y las medidas coercitivas que enfrentan
regularmente quienes se atreven a ejercer sus derechos fundamentales por
encima de las prohibiciones vigentes.

Aún no puedo encontrar en mi memoria algo positivo, para el cubano de a
pie, derivado de la visita del máximo representante del Vaticano.

Su estancia provocó que la policía política suspendiera el servicio
telefónico a cientos de personas que se oponen a las normas impuestas
por el partido comunista, hace más de medio siglo. Respecto a las
detenciones en comisarías y arrestos domiciliarios, se calcula que
superaron las doscientas.

Tras su partida ha retornado una calma que aunque relativa es más
soportable. Al menos ya puedo comunicarme vía telefónica.

No importa el monitoreo de los sabuesos de la policía política
encargados de estas cuestiones. Esa es apenas una de las arbitrariedades
de las cuales no podemos desembarazarnos.

El ocaso del castrismo puede durar lo inimaginable. Estar más cerca del
final de una época es una apreciación cargada de imprecisiones.

Nadie sabe cuánto tiempo le queda a un sistema que en el 2012 debería
figurar como una pieza de museo.

Una premonición que cada vez toma mayor relieve a instancias de los
acontecimientos internos, es que para desgracia de los cubanos, las
huellas del castrismo sobrevivirán a sus envejecidos gestores.
¡Menuda herencia nos legarán los mandarines criollos!

Para Cuba actualidad: oliverajorge75@yahoo.com

http://primaveradigital.org/primavera/politica/123-opinion/3836-herencia-maldita.html

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