Sunday, April 15, 2012

El reino de la amoralidad política

El reino de la amoralidad política
[15-04-2012]
Carlos Alberto Montaner
Escritor, periodista y político
(www.miscelaneasdecuba.net).- Hoy la amoralidad corre por cuenta de los
latinoamericanos. Quienes antes, justamente, criticaban a Estados Unidos
por abrazarse con los dictadores durante la época de la Guerra Fría, y
por negar fuera del país los principios y valores que sostenían dentro
de él, hoy están haciendo exactamente eso mismo.
Esto es lo que se observa en gobernantes como el ecuatoriano Rafael
Correa, Hugo Chávez, Daniel Ortega y Evo Morales cuando respaldan la
satrapía criminal siria de Bachar al Asad, condenada por la ONU, e
ignorada por el Brasil de Dilma Rousseff, como poco antes echaron pie en
tierra por la de Gadaffi.
Esta actitud, o una variante de ella, es la que asombrosamente prevalece
en las propuestas del colombiano Juan Manuel Santos, más preocupado en
restaurar las buenas relaciones entre la dictadura de los Castro y
Estados Unidos, que en condenar los excesos de esa tiranía y ayudar a
sus víctimas.
Ese es el espíritu que recorre la CELAC, la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños, creada recientemente no solo para excluir
de ella a Canadá y Estados Unidos, sino para no tener que sujetarse al
rigor de un compromiso democrático que obligue a sus miembros a defender
la libertad y condenar las violaciones de los derechos humanos.
Esa es la triste atmósfera que se respira en Cartagena en estos días en
que se reúne la VI Cumbre de las Américas, pese a que en la de Quebec,
celebrada en el 2001, se fijó un marco moral y político que tomaba en
cuenta los valores democráticos, hoy lamentablemente ignorados por
muchos gobernantes latinoamericanos.
Durante más de cuarenta años los políticos norteamericanos eligieron la
seguridad nacional por encima de las consideraciones morales. Era la
lógica de la Guerra Fría. Casi cualquier cosa resultaba mejor que un
triunfo de los comunistas o de algún gobernante que les abriera la puerta.
Los espadones, si se comportaban como genuinos anticomunistas, eran
respaldados por Washington aunque violaran sistemáticamente los derechos
humanos y civiles de sus compatriotas. "El enemigo de mi enemigo es mi
amigo, aunque sea un sinvergüenza," es un vil proverbio que se encuentra
en todas las lenguas.
La izquierda y muchos demócratas consecuentes bramaban contra esa
disonancia norteamericana. La más vieja y próspera democracia moderna
del planeta, paladín de la libertad, debía ser congruente con sus
ideales. Era un acto de cinismo defender esos valores en Estados Unidos
y abrazarse con dictadores desalmados en el resto del mundo. Los
políticos norteamericanos lo sabían y se excusaban alegando que se
trataba de un mal menor. Ni siquiera estaban ante un dilema nuevo:
durante la Segunda Guerra habían sido aliados de Stalin para combatir a
Hitler.
Pero en 1991 terminó la Guerra Fría. Ya se podía escoger a los amigos
escrupulosamente. El rigor moral había dejado de ser peligroso. Mientras
tanto, en América Latina ocurrió un fenómeno paralelo a la disolución
del bloque comunista. Entre 1983, cuando terminó la dictadura militar
argentina, y 1990, cuando le tocó el turno a la chilena, todos los
gobiernos latinoamericanos, menos Cuba, fueron el resultado de las urnas.
A partir de ese punto, los organismos que surgieron incorporaron una
cláusula democrática: sólo podían pertenecer las democracias plurales en
las que se respetaban los derechos humanos y civiles de los pueblos. Eso
es lo que se lee en los documentos fundacionales del Grupo de Río, y de
MERCOSUR.
Finalmente, el 11 de septiembre del 2001, mientras ardían las Torres
Gemelas en Nueva York, todos los miembros de la OEA firmaban en Lima la
Carta Democrática. Era la apoteosis de la coherencia ética. Nunca más se
recurriría al cínico doble estándar de defender la democracia en casa y
abrazarse a las dictaduras fuera de ella.
Mentira. Hoy, sin ningún pudor, casi todos los países latinoamericanos
han dejado de defender la libertad y los atributos de la democracia
liberal. El chavismo hace y deshace en Venezuela y a nadie le importa.
Correa o Evo Morales conculcan los derechos fundamentales en Ecuador y
Bolivia y ningún gobernante latinoamericano los censura. La dinastía
militar cubana reprime ferozmente y los países "hermanos" miran a otra
parte. Daniel Ortega se roba las elecciones parciales en Nicaragua y
corrompe y adultera las generales, y no hay una voz que lo condene.
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=35732

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