Monday, April 16, 2012

75 horas y 15 minutos. Vivencias de un corresponsal amordazado (IV)

75 horas y 15 minutos. Vivencias de un corresponsal amordazado (IV)
Lunes, Abril 16, 2012 | Por Alberto Méndez Castelló

PUERTO PADRE, Cuba, abril, www.cubanet.org) – A pesar de los mosquitos,
desfallecido por el hambre y la meditación, había terminado por dormirme
muy temprano.

Los presos conversaban. "Yo soy revolucionario. No sé a cuántas
tribunas fui pidiendo la libertad de 'Los Cinco'. ¿Y quién va a pedir mi
libertad ahora?", decía el del machetazo al del cerdo, en alusión a la
campaña de propaganda del régimen para recuperar a sus agentes
procesados en Estados Unidos por espionaje, mientras casos similares en
Cuba permanecen en tela de juicio.

Unos pasos hicieron callar al del machetazo. El carcelero venia
acompañado por el oficial de guardia superior. Se detuvieron frente a
mi celda. El carcelero abrió la reja y alguien entró con una colchoneta
y la puso en la litera superior.

El nuevo prisionero se sacó unas botas de campesino sin cordones. De un
salto trepó a la litera y se tendió en ella. El oficial de guardia
superior, hasta ese momento en silencio, dijo: "Acá usted estaba solo
en su celda y para que no continúe aburrido se lo hemos traído".

"Pues aquí se va a morir de soledad, porque no hay tipo más aburrido
que yo", le respondí.

Nadie contestó. Los guardias se alejaron y el sujeto permaneció allá
arriba, en silencio.

"¿Acaso será este uno de ellos?", pensé.

Por el aquello de que resulta muy fácil conducir al sueño eterno a
cualquiera mientras duerme, decidí dormir con el oído alerta y la boca
y la nariz pegadas a la pared, para salvarme de todo mal.

Pero no sueño con imágenes buenas ni malas. Pasé toda la madrugada
recordando, mientras el de los altos dormía… o simulaba dormir.

Recordé cómo hace un año estaba en una casa de campaña levantada junto a
una laguna mientras segaba pasto cuando una furgoneta de color blanco,
sin matrícula, llegó hasta nuestro campo. Del vehículo bajaron tres
individuos. Uno era bajo y trigueño; el otro joven y de tez clara. El
tercero tendría seis pies o poco más de alto y una figura de
quebrantahuesos.

Sin muchas explicaciones dijeron que tenía que ir con ellos. El más
pequeño se identificó como el mayor Gómez de la Seguridad del Estado,
el rubial dijo apellidarse Martí. El quebrantahuesos no movió los labios
ni para testificar su condición humanoide.

Aunque podía haber escapado por mil y un vericuetos que solo yo
conocía, preferí no hacerlo. En su lugar me dije: "Ve y mira hasta
dónde conduce este ovillo".

Sonriendo les dije: "Pues con Gómez y Martí voy al fin del mundo".

Me confiscaron el móvil, la libreta de notas, la pluma, el radio
receptor y la cámara con el lente CARL ZEISS, que ya nunca más funcionaría.

Me encerraron en la parte trasera de la furgoneta sin ninguna
visibilidad. Comenzamos a dar tumbos por un sendero ahuecado a tal punto
que, en un par de ocasiones, la trasmisión y el cárter rozaron el suelo.
Al cabo de otros veinte minutos la furgoneta se detuvo. Martí se volvió
y diciendo "Usted sabe cómo es esto" me cubrió la cabeza con una
capucha como esas que en la televisión cubana muestran cuando hablan de
las cárceles secretas y los campos de detención del imperialismo yanqui.

Luego abrieron la puerta y agarrándome cada uno por un brazo, Gómez y
Martí me hicieron bajar de la furgoneta. La capucha me mantenía en una
oscuridad impenetrable.

Por fin llegamos a un lugar donde una puerta se abrió sin el
característico chirriar de rejas. Me quitaron la capucha. Para mi
asombro no me llevaron a un sótano, ni a una celda, ni a un cuarto de
interrogatorio, sino a una habitación como la de un hotel de lujo,
aunque al parecer en una apartada mansión campestre.

"Bien, usted es abogado. A usted no es necesario explicarle cómo y por
qué será procesado, juzgado y condenado. Su expediente se encuentra
listo. Solo quería decirle que basaré mi tesis de maestría en su caso",
dijo el quebrantahuesos, que resultó ser un instructor penal y
prosiguió con una diatriba soez que solo hicieron callar mi silencio y
una mirada fija a sus ojos.

Salió de la habitación y regresó poco después con algunos alimentos.
"Coma", me dijo.

"No, muchas gracias. ¿Puedo acostarme?", pregunté.

"Sí", respondió y se fue como mismo llegó.

La habitación estaba excesivamente fría. Me despojé de las botas, me
saqué mi camisa campesina de mangas largas y me arrebujé con ella.
Debieron estar observándome porque casi al instante graduaron el
climatizador, hasta mantener la habitación con una temperatura óptima.

Pasadas las cinco de la tarde Gómez y Martí me despertaron. Martí tenía
la capucha en la mano. "Vamos", me ordenaron.

Mientras caminaba entre aquellos dos individuos me pregunté: ¿Qué dirían
el apóstol de la independencia de Cuba, José Martí, y el Generalísimo de
su Ejercito Libertador, Máximo Gómez, si conocieran que sus sagrados
apellidos los habían tomado unos policías transformados en
secuestradores al servicio de un régimen totalitario que se dice
socialista?".

Encerrado en la parte trasera de la furgoneta. Pero solo habíamos
transitado 15 o 20 minutos por terraplenes y pedregales cuando
detuvieron la marcha. Martí me retiró la capucha y abrieron la puerta.

"Bájese".

Cayó la tarde. Mire a los lados y pregunté dónde estábamos.

"Mire bien", dijo Gómez

Entonces fue que me percaté. Me estaban abandonando a muchos kilómetros
de donde en la mañana me habían secuestrado. Junto a mí habían dejado
las dos mochilas con mis bártulos y sobre ellos mi guadaña. La cámara
fotográfica la habían estropeado y goteaba agua.

Los secuestradores se habían marchado con el viento a su favor. En el
móvil había un mensaje de mi hijo: "¿Papi, vienes hoy?". Eran las siete
y 13 minutos del 17 de febrero de 2011.

Ahora estoy en una cárcel, una cárcel de verdad. ¿O es un país-cárcel?

El día amaneció soleado. Puedo comenzar a leer más temprano. Sólo me
interrumpen el carcelero con el desayuno y la enfermera y la doctora con
sus medicamentos. Ya ni me tomo el trabajo de decir que no; solo hago un
gesto con la mano y les doy la espalda.

Poco después de repartir el almuerzo a los presos, el carcelero abre la
reja. "Recoja sus cosas y venga conmigo", me dice

"No tengo nada que recoger", le respondo.

Cuando salgo al pasillo todos los presos están mirándome con las caras
pegadas a los barrotes. Me dicen adiós con las manos. No puedo darles la
espalda. Retrocediendo comienzo a caminar sin apartar mis ojos de ellos.
El del cerdo dice que se llama Eugenio Peña Alonso y que va para cuatro
días que tampoco prueba alimentos.

"¡Haga algo por mí!", me ruega.

Caminando hacia mi casa, como lo hice por aquella solitaria carretera
ese 17 de febrero de 2011, me vuelvo a preguntar: ¿Es esta la Cuba donde
pregonan que se respetan los derechos humanos?

Articulo Relacionado:
http://www.cubanet.org/articulos/75-horas-y-15-minutos-vivencias-de-un-corresponsal-amordazado-iii/

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